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De leer y escribir

Lo que Piedad Bonnett, poeta, novelista, dramaturga y crítica literaria colombiana dice en la
nota del diario El Espectador, de Colombia, transcripta abajo, bien podría aplicarse a la realidad de los estudiantes argentinos que, salvo honrosas excepciones, muestran un pésimo nivel de lecto-escritura; y que, como bien señala Bonnet respecto de lo que pasa en su país, "no se debe a carencias intelectuales o de sensibilidad de todos esos muchachos, sino a la mediocridad del sistema educativo". 


Una triste radiografía

Por mi oficio soy requerida a menudo como jurado de concursos literarios, algunos de ellos convocados en colegios y universidades.
Por Piedad Bonnett

La lectura reciente de un número significativo de cuentos escritos por niños y jóvenes de primaria, bachillerato y universidad de todo el país, me lleva a ratificarme en un diagnóstico: el nivel de escritura de los estudiantes colombianos es pésimo. Un verdadero desastre. Y esto lo afirmo después de leer casi un centenar de cuentos ¡que son ya los elegidos como finalistas entre más de 30.000! Cómo serán los otros, me pregunto.
Para ellos las tildes no han existido nunca, la puntuación es aleatoria e independiente del sentido, y la ortografía una función del corrector automático. El punto y coma ha muerto, y allí donde aún respira lo hace en el lugar equivocado. De las preposiciones ni hablar: usos tan errados como inimaginables. Todo ello entraña un menosprecio total del lenguaje, y casi aún peor, desinterés total por la corrección.

Nada evidencia una segunda lectura del propio texto: palabras torpemente reiteradas, tiempos verbales incoherentes, frases inconclusas. Y eso, como dije, en los “mejores” del concurso. Este, auspiciado por importantes entidades, fue concebido como herramienta pedagógica y como instrumento para tomarle el pulso a la educación. Y lo cierto es que diagnostica muy bien el problema: varios años de llevarlo a cabo les ha revelado que la gran mayoría de los estudiantes colombianos, incluidos los universitarios, no tiene ni idea de escribir.
Pero las cosas van más allá: me cuentan que el plagio es recurrente. O que hay fraudes. Yo misma encontré cuentos de niños de diez años escritos por un adulto. Un padre escribiéndole a un niño su cuento: ¡imagínense la lección de ética! La noción de literatura también es dudosa: para unos es edulcoración de la realidad, lugar para poner adjetivos rimbombantes, para romantizar la realidad o para concluir con moralejas que suenan como discursos aprendidos. Para otros, oportunidad de contar truculencias o de expresarse con clichés, perpetuando ideas preconcebidas, muchas de ellas machistas. Aunque hay unos pocos que se salvan, al conjunto le falta autenticidad, originalidad, creatividad. Y uno se pregunta qué están leyendo estos muchachos, si es que leen: ¿tal vez sólo libros de autoayuda? ¿Novelones?
Por lo menos la literatura les ha servido para desahogarse. Inevitablemente se refleja en estos relatos lo que acompaña la vida cotidiana de los colombianos: violencia intrafamiliar, asesinatos, miedo, y el fantasma de la violación, una fantasía recurrente. Pero lo fundamental está ausente: la pasión por lo que hacen, el gusto por el lenguaje, una mínima destreza narrativa, y sobre todo la conciencia de que la literatura entraña sentido y que tiene poder político y simbólico. Se escribe como se piensa y aquí lo que encontramos es un pensamiento pobre. Estoy segura de que eso no se debe a carencias intelectuales o de sensibilidad de todos estos muchachos, sino a la mediocridad del sistema educativo. Los organizadores del concurso hacen talleres que intentan cambiar las cosas. Pero sin duda lo que se necesita es un revolcón estructural, que empiece, con urgencia, por capacitar los maestros.

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