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Una historia tan verídica que es difícil de creer
La suerte del hombre es la misma que la del lechón

Por Nimás Nimenos

Corría el año 1922. Y cómo correría que para septiembre ya estábamos en 1923; una cosa que los científicos al día de hoy no le pueden encontrar una explicación ni metiendo esa nariz de sifón que tienen todos los científicos (vaya uno a saber por qué) todo el día en el Google; que áhi está todo, hasta lo que no existe, como todos sabemos gracias al Google.

Y ahora que digo sifón: el que se embromó de lo lindo con ese fenómeno telúrico del almanaque fue el sodero Remigio, que había mandado hacer 5000 almanaques para repartir a la clientela en Navidad y como el año le terminó en septiembre le quedaron de clavo. Medio agrandado, eso sí; porque en el pueblo habrá -exagerando, cosa a la que yo no acostumbro- trescientos habitantes. Y siempre y cuando esté el cura; que se lo pedimos prestado al pueblo de al lado para la misa de los domingos en el galpón de la cerealera porque ni iglesia tenemos. Bah, tenemos, pero se la alquilamos a los evangelistas brasileros porque había que juntar plata para arreglarle el techo que se llovía. Y que por esa misma razón el cura que teníamos se nos murió de una pulmonía. Pero ésa es otra historia que ya les voy a contar otro día.

El asunto es que justo ese agosto la Inmaculada me había apurado fiero para que pusiera fecha de casamiento porque ya llevábamos veintitrés años de novios y tenía miedo de que el vestido que se había mandado a hacer a los dos días de que empezamos a afilar no le entrara porque había engordado unos kilitos. 45, según la báscula de la cerealera, que cada dos kilos roba uno. 

Y para peor de la intimación de desalojo a mi vida de soltero por parte de la susodicha, la madre que le llenaba la cabeza todos los días con que las cuatro hijas que tenemos se habían casado con ese vestido y ya estaba medio mirame y no me toques, y el padre que había colgado una soga de un algarrobo en el medio del patio y que cada vez que iba yo a visitar a la Inmaculada me la señalaba con el pulgar con cara de "mirá la que te espera si no formalizás".

La cuestión es que, entre una cosa y otra, a la final pusimos fecha: 25 de diciembre. (porque mi futuro suegro legal estaba engordando un lechón para Nochebuena y yo aproveché la volteada para no tener que pagar la comida de la fiesta de casamiento) 

Vieran lo contenta que estaba la Inma (porque eso de acortar los nombres no se vayan a creer que es una moda de ahora. Ya en el 900, al guapo famoso de la película le cortaron el nombre de una puñalada) Bailaba en una pata. ¿Les conté que le faltaba una pierna?

Pero, aunque ustedes seguro ya se vienen imaginando un final feliz para la Inmaculada, no pudo ser. Porque como ese año terminó en septiembre y Navidad no llegó, me salvé. Y el lechón, de rebote, también. Estábamos de aliviados los dos...

No me dijo nada el lechón, pero en la mirada, nomás, le malicié lo que estaba pensando: "Esta vuelta la sacamos barata, pero pa'l año que viene no nos salvamos".

Y así fue, nomás. No les exagero ni medio.

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Comentarios:



Marcelo Vitalli

jajajajajajaja!!!!  Mortal!!!  Buenisimo, y el nombre de autor, Nimas Nimenos. jajajajajaja!!!!  



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